¿Os acordáis cuando todo se curaba con un beso?
Bueno, no con un beso, con un beso de alguien importante, y el que más valía era el de mamá.
Daba igual si había sangre o no, cualquier llanto merecía beso. Incluso lo usábamos de excusa para buscar un beso.
Ahora que somos más mayores, un beso no nos dice tanto.
A veces damos un beso rápido a nuestra pareja antes de ir al trabajo, pero por rutina.
O saludamos con dos besos, por educación.
O le das un beso a tu madre al llegar, por costumbre.
Siendo un niño disfrutas hasta del aire que respiras. Te sorprendes por las cosas que ves, te resulta fascinante aprender con tu abuela, cualquier tarea te empodera...
Ahora, respiras para sobrevivir, no te sorprendes porque ni si quiera ves lo que te rodea, el aprendizaje está sobrevalorado y las charlas de tu abuela son batallitas...
No sé en qué momento dejamos de disfrutar de cada paso para ansiar el fin.
Si lo supiera, os aseguro que lo avisaría para que no pasara jamás.
Cuando disfrutas de los pasos, disfrutas de los besos.
Cuando huelas el fin, echarás de menos los besos que no diste, y los que no sentiste.