Yo, un día, exploté.
Estaba en una relación, y exploté.
No era una mala relación, aunque lo había sido.
No lo había sido de forma grave, pero mi corazón temblaba. Era un detector de minas.
Exploté cuando mejor era la relación, ¿por qué entonces?
¿Cuánto estamos dispuestos a aguantar?
Yo podía haber acabado con la relación cuando me hacía daño, un daño evidente, de lágrimas, y esperé hasta que él luchaba por mí, y aún esperé más.
Exploté desde el corazón, eso es cierto.
Es probable que, de haberlo hecho antes, hubiera sido de cabeza, y mi corazón hubiera seguido temblando.
¿Necesita el corazón recomponerse para explotar?
Me llené de mimos, de cariño, de seguridad y de fuerza. Mi corazón se llenó de tiritas, doble capa, dando la vuelta. Tiritas que le daba tiempo a poner porque yo, yo ya no estaba en guerra. Ahora luchaba otro, y yo me limitaba a respirar.
Un día noté que las tiritas caían y se convertían en mariposas, allá por la boca del estómago,
Fue un placer.
¿Por qué exploté? Porque la metamorfosis había surgido cuando crucé la mirada con otra persona.
Porque mi corazón ya tenía la fuerza suficiente para decirme que ya era suficiente, que se merecía latir de verdad, y no solo por el impulso de mi respiración.