Algunas personas pensamos que nuestra pareja debe ser una extensión de nosotros mismos. Es algo que no nos pasa con nuestras amistades: sabemos que los pocos o muchos amigos que tenemos, son diferentes a nosotros, que tienen su propia opinión y que muchas veces no nos darán la razón, y esa personalidad, con sus diferencias y semejanzas a la nuestra, es la que nos lleva a contar con esas personas en nuestras vidas. Nos ayudas, nos aportan diferentes puntos de vista, nos apoyan aun teniendo una opinión contraria o diferente. ¿Acaso la pareja no es una persona?
Puedo hablar aquí también de etiquetas, y puedo introducir el tema preguntado quién no ha escuchado la frase: pero es que es mi amigo, si esto me lo hubiera dicho cualquiera... Es la etiqueta de amigo. Pues en mi opinión, pasa lo mismo con la pareja.
Al principio de la relación a penas hay discusiones, porque no suele haber intereses enfrentados, no suele haber diferencias de opinión, todo nos parece bien. Pero es que ya no es solo que todo nos parezca bien, es que no esperamos nada, no exigimos nada porque no tenemos ese derecho. Estamos conociendo a la otra persona, no llega ni a rozar el nivel de amigo. Pero de repente se convierte en pareja, llega la etiqueta novio, y por arte de magia aparecen obligaciones y exigencias. A mí me pasó:
Éramos dos desconocidos que se llamaban la atención, pasamos camuflados como amigos a los ojos de los demás, pero los sentimientos sabían que nuestra etiqueta no se correspondía. Pasamos a ser dos personas conociéndose, amigovios nos llamaba, por no etiquetar, de verdad que por mis experiencias sabía que la etiqueta "novio" iba a traer consecuencias... Pero de repente apareció: "soy tu novio, y me encanta" me dijo él. A mí me hizo una ilusión impresionante escucharlo, por más que, a esas alturas, a los ojos de los demás éramos novios.
Pasó el tiempo, influía la distancia, solo nos veíamos los fines de semana, algunos teníamos otros planes (como cuando éramos amigovios), algunos nos veíamos menos (lo mismo)... Pero yo ya no reaccionaba igual, porque por lo que yo he ido malaprendiendo (y lo digo así, y no en positivo, porque me quedé con la carga negativa, y no con la positiva), teníamos que vernos, porque si no, no era una relación, y teníamos que hablar todos los días suficiente (¿qué es suficiente? Pues nada, porque la carga negativa es tan insistente que fuera el tiempo que fuera, y los temas que fueran, nunca era suficiente), y me tenía que decir cosas bonitas y blablabla... Gracias a mi forma de ser (es decir, una rallada de la vida que no para de pensar y buscar causa-consecuencia al mundo, motivos, explicaciones, puntos de vista, pitos y flautas), no tardé mucho en dar con la clave: etiqueta...
Cuando no éramos novios, no había obligaciones, todo lo que pasaba estaba bien, todo lo que nos veíamos y hablábamos, estaba bien. Al etiquetarse como mi novio, el significado de relación sentimental me empujaba a criticar todo o lo poco que no estaba, y pasar absolutamente de lo que sí (esto es un gran tema para otra entrada).
Después de ésta, mi vida, mi reflexiva vida, continúo con las extensiones. Todos somos personas, personas diferentes, con semejanzas, con ideas, con amistades, con planes... Personas que dan y que reciben. Y digo esto, porque hilando con la etiqueta, a veces nos quedamos esperando recibir, y esperamos, y esperamos más, y se nos olvida el dar. A veces, estamos más pendientes de lo que nos gustaría que hiciera o lo que tendría que hacer (según nosotros), que en nosotros mismos, que en la vida. A veces, no disfrutamos de lo que tenemos porque ansiamos más, porque nos paramos a pensar en lo que no recibimos, en lo que no tenemos, en lo que nos perdemos, en las dudas de estar haciendo bien o mal, y todo se va... Te pierdes mil cosas de tu alrededor: te pierdes la conversación con tu pareja, el perrito que anda suelto siguiendo a su amo, los pájaros cantando, la gente riendo sentados al borde del canal, pero sobre todo te pierdes la conexión contigo mismo, la conexión que existe entre tú en el momento con lo que te rodea del momento. Y es maravilloso.
Yo tuve la suerte de reflexionar sobre este tema en una ciudad preciosa, mientras charlaba con mi pareja sobre nuestras vidas en el borde del canal. Fue una reflexión breve de la cual anoté palabras clave para no perderme, precisamente, ese momento. Comencé a pensar en las carencias que había en la relación, y en un momento de positivismo vi que, no solo eran a veces, sino que eran muy pocas veces, y que el resto era estupendo. Pero me enfocaba en las carencias, me enfocaba en las veces que no, en vez de quedarme con las veces que sí (si todo el tiempo existen carencias, ahí ya hay que reflexionar, principalmente pensar el tiempo que se dedica a estar pensando en lo malo y en el tiempo que se disfruta), me ponía a pensar en el futuro, en las dificultades que podrían existir... y es que, de verdad, ¡el futuro no existe! Y ahí, como me pasa siempre, cuando respiro y me doy cuenta de dónde y con quién estoy, conecto conmigo, con el sitio y con mi pareja.
Pensé: tampoco tú eres perfecta, seguro que tú tampoco le das todo lo que espera, o quizá no espera nada y por eso aprecia tanto lo que le das.